Sin ser periodista (pero sí, peronista), Pedro Rosemblat consiguió definiciones de Alberto Fernández
Como buen kirchnerista que es, Pedro Rosemblat se tenía que llevar algo. Y se lo llevó. Con pesar, el presidente de la Nación se desanudó la corbata, una de sus preferidas, y se la entregó como trofeo a su interlocutor para que la sortee entre sus seguidores y con lo recaudado siga adelante con su tarea evangelizadora por medios no tradicionales.
Rosemblat se maneja con fluidez con las herramientas virtuales, en la periferia de los medios tradicionales, algunas de cuyas posturas más extremas, de un lado y del otro de la grieta, empiezan a quedar vetustas. El griterío y los actings de enojos, a favor o en contra del Gobierno, tal vez lleguen a su clímax en estos meses que corren hasta las elecciones.
Sin el “aparato”, palabra tan de la política, pero que también puede empezar a aplicarse a la industria mediática, en sus formas de promover y sostener a sus grandes figurones, Rosemblat aparece de atrás por el espejito retrovisor de los grandes medios, con su cajita de herramientas virtuales siglo XXl. Sus performances ya no resultan insignificantes ni, mucho menos, inofensivas. Hasta ayer al mediodía, su canal de YouTube tenía 96.