Un país moribundo, que acepta resignado su inflación y su pobreza, de golpe vio una luz; un país cuya existencia está suspendida desde hace años sintió que le estaba permitido volver a celebrarla
LANACION/Soledad AznarezEn su origen, la palabra símbolo significa un objeto partido en dos, destinado a cierta altura a reconocerse y a unirse. Se aplica bien a Messi y a la Copa del Mundo: dos partes que debían probar desde hace años que encajaban de manera perfecta. Todos sentíamos una necesidad profunda de que se consumara el símbolo. Después de ganar la final de Qatar,tituló: “Messi gana la Copa, la Copa gana a Messi”.
Luego vino la alegría por el esfuerzo del equipo y por el logro del país. Aunque en ella hubo también algo que excede al fútbol. Porque un país moribundo, sin destino, que acepta resignado su inflación y su pobreza, que prolonga su agonía sin reaccionar, un país convertido además en un paria internacional, de golpe ve una luz,
El desquite, el desahogo y la rebelión contra la desdicha funcionaron como un combustible que se sumó a las razones primarias para el festejo. El caudal de euforia fue inusitado, superior en volumen al que podría producir una copa mundial de fútbol. Es que en el mar de dicha que inundó las calles del país confluyeron –y se lavaron, por instantes– las aguas estancadas de la angustia, los ríos de frustración, las décadas de postergación y pena.
Vienen a decir que nadie tiene que irse a ningún lado, que hay que transformar este lado en un lugar con vida.La gente escuchó ese mensaje y salió a decir que creía en él. Que creía en él más que en todo lo que ofrece la perversión política de nuestro país.